Barrizal en la CdC v2.0

Según la mitología nórdica existe un sitio al cual van los guerreros tras morir en bravo acto de combate. Tiene quinientas cuarenta puertas, muros hechos de lanzas, un tejado a base de escudos y bancos cubiertos de armaduras. Se dice que hay lugar suficiente para todos los elegidos. Es el Valhalla.

Tres valerosos bikers nos damos cita el sábado para enfrentarnos a los –a priori- elementos que auguraban un escenario digno del más épico combate: predicción de lluvia continua, barro por doquier, viento ciclónico…no faltaba ninguno. ¿El nombre de los guerreros? Magellán, Ñako y Golfer. ¿El campo de batalla? La Casa de Campo de Madrid.

ASISTENTES
Nos reunimos 3 bikers: Golfer, Magellan y Ñako.

DATOS DE LA RUTA
Sábado 27 de febrero: 35km, 2 horas y 45 minutos.

CRÓNICA
Nos levantamos, son las 8:00am, con un panorama lleno de nubes y unas tímidas gotas de lluvia que hacen acto de presencia como amenazantes sonidos de tambores que nos insinúan que debemos desistir de nuestra empresa…vana misión: tenemos claro que libraremos el combate, tenemos que ganarnos nuestra entrada en el Valhalla.

Emprendo el camino hacia el punto de encuentro: la calle Braojos, donde había quedado con Ñako a las 9:00am; y desde allí ya en nuestras monturas nos dirigimos al encuentro del tercer biker, Magellán, que nos espera a las 9:45am en la CdC.

Y he aquí que, cuando menos te lo esperas, los dioses te sorprenden con un guiño y te deparan una recompensa inesperada: eran las 9:15am cuando comenzamos a dar pedales y ninguna noticia de la lluvia…y mucho menos del viento anunciado a bombo y platillo en los medios de comunicación. Es más, las nubes se separan para dar paso, por momentos, al sol. Está claro que Odín había determinado que nuestro valor merecía un día inmejorable para la práctica del MTB.
Hasta cierto punto, un atisbo de decepción recorre nuestros espíritus, pues ya nos habíamos hecho a la idea de que nuestra ruta/combate transcurriría bajo este fenómeno meteorológico que, a nuestro parecer, le da un punto de interés a la ruta.

En la primera parte de ésta, en el carril bici, aprovecho para inspeccionar de cerca el estado del pavimento: en el acceso a uno de los puentes, en un giro de 180º, con un firme hiper deslizante y velocidad de entrada excesiva… resultado: patinazo de la rueda delantera y al suelo. Grácilmente, eso sí, que uno tiene su estilo.

Desde ahí hasta el bar Urogallo, nada destacable, algo menos de 10kms para calentar las piernas.
Allí esperamos unos minutos a Magellán, que ha calentado para el combate por su cuenta también (¡nada más y nada menos que 1h, como reconocería más tarde!). Los pegotes de barro en su cara le delatan.

Ya los tres juntos nos encaminamos en busca de los primeros senderos. Lo que sí que está presente durante todo el camino es el barro: aunque se puede pedalear el terreno está blando, tanto que los kilómetros parecen pasar el doble de despacio de lo que lo hacen habitualmente.

Al principio nos dirigimos hacia la cuesta que sube hacia Somosaguas, una subida tendida y continua que hace que comencemos a aumentar las pulsaciones y calentar los músculos de las piernas. Una vez arriba nos encaminamos, en un sube y baja continuo, hacia el sur/sur-este. Es en una de estas bajadas cuando Magellán, en un alarde acrobático, decide mostrarnos cómo se hace un mortal hacia adelante con tirabuzón y caída sobre charco tras clavar la rueda delantera en uno de éstos. Con gran éxito, todo hay que decirlo, ya que lo veo en primerísima persona, de tal forma que si no ando listo frenando, sigo su mismo camino.

En estos momentos los charcos no son charcos, son embalses. Y una buena prueba de ello son los patos que vimos nadando tan tranquilos en uno de los miles de charcos… ¡increíble! Después de muchos pedales, p’arriba y p’abajo…y todo hay que decirlo, sin repetir ni un solo camino, gracias a nuestro GPS particular (Magellán), pasamos por delante de la Cuesta de la Muerte. Paramos. Miramos desde abajo. Observamos. Evaluamos.

Tras una breve charla Magellán decide que, con la cantidad de barro que tiene, lo mejor es quedarse abajo y esperar allí a los dos bikers que han decidido intentarlo: Ñako y Golfer. Con teléfono en la mano, lógicamente, para captar la instantánea del día. Subimos unas duras rampas hasta situarnos a la entrada de la citada cuesta. Vista desde arriba la cosa cambia. Y mucho. La tremenda pendiente y sobre todo la gran cantidad de barro que tiene te dicen que, una vez lanzado, no hay vuelta atrás, imposible frenar. Cualquier pequeño error puede hacer que acabes rodando cuesta abajo con consecuencias imprevisibles.

Tras unos momentos de indecisión y después de colocar el sillín en la posición más baja posible, Golfer decide lanzarse. Mucho tiene que ver en su decisión –todo hay que decirlo- haber encontrado la rodada de otro biker desconocido. ¡Si otro ha podido, no voy a ser yo menos!, pensó. A unos 20m del inicio, en la zona de mayor pendiente y con las ruedas metidas unos 10cm en barro blandísimo, deslizando más que rodando, la rueda delantera decide tomar vida propia (más aún de la que ya tenía) y me hace perder el equilibrio, teniendo que sacar la pierna izquierda…de tal forma que aún no sé cómo, pero me hago con el control de la bici (no sin antes “recostarme” en el talud) sin mayores consecuencias. Bajo unos metros de esta poco ortodoxa manera, hasta pasar “el escollo” de la curva que hay antes de la mitad de la cuesta. Desde ahí hasta abajo, ya coser y cantar. Impresionante la sensación de ir a esa velocidad entre tal cantidad de barro.

Una vez abajo vemos que Ñako ha decidido que no se lanza, mostrando un punto de cordura que le falta al que suscribe. Y es entonces cuando Magellán me confiesa que fue ahí de donde se llevaron a su cuñado en ambulancia hace ya muuuuuchos años. Mejor saber estas cosas a posteriori.

Seguimos nuestra ruta, acumulando kilómetros de barro en las piernas. Llegamos a una zona de cortafuegos en bajada, evidentemente embarrada, en la que alcanzamos velocidades elevadas y los patinazos son constantes. Divertido.

En un momento dado, me lanzo en persecución de Ñako, que va primero. Vamos a gran velocidad y ya me encuentro a unos 10m de él. En ese momento veo que hace un giro brusco y es que hay una curva de casi 90º con un árbol en la misma, que yo no he visto por ir fijándome en él. Momento de gran tensión que solvento, tampoco sé cómo, gracias a la tremenda potencia de mis Avid 5 y a un giro providencial con derrape de la trasera que ayuda a evitar el obstáculo. Por los pelos.

El tiempo sigue acompañando y los kilómetros pasan. Aunque se quejan de pesadez en las piernas a mí no me engañan: Ñako y Magellán van como motos. Unos sube y baja más y ya son las 12am; ya llevamos cerca de 35kms (Magellán alguno más), de tal forma que decidimos encaminar nuestros pasos hacia el Urogallo, con el ánimo de meternos un refrigerio entre pecho y espalda, que nos lo hemos ganado. El descanso del guerrero, lo llaman.

Es en la terraza del mencionado bar, tomándonos la opcional, cuando comienzan a caer unas gotas. Nada del otro mundo, sin embargo, que además para enseguida. Decidimos poner fin al inesperado gran día de MTB que hemos disfrutado: Magellán por un lado -retornando a su casa- y Ñako y yo por otro, ya que aún tenemos que volver a la calle Braojos, distante unos 10kms. Es en este tramo cuando Ñako pone el turbo y me conduce como alma que lleva el diablo por el carril bici. ¿Tendría prisa?

Redactado por Golfer.
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